Roberto y su hermana Susana estaban sentados en el piso de la sala. Roberto tenía sus lápices de colores y un libro de colorear. Susana tenía también el suyo y algunos lápices de colores.
—¡Mira! ¡Mira! —dijo Susana y levantó su libro de colorear para que Roberto lo viera—. Mira que flor bonita. Susana la hizo.
Roberto miró el cuadro y frunció el entrecejo.
—Esa no es una flor bonita. Usaste un lápiz verde. Las flores no son verdes. Las hojas y los tallos son verdes. Tú no pintas lindo. Tu flor no es linda.
Susana casi se echó a llorar.
—iEs tan linda! ¡Es una flor linda! -dijo.
—No es linda. No es nada linda. Es fea —le respondió Roberto—. Tú eres muy chica para pintar cuadros lindos. Mira mi flor. Mi flor es roja. Yo la pinté muy bonito —y Roberto le mostró su cuadro.
—Susana puede hacer una linda flor roja —dijo la niñita y dio vuelta la página para buscar otra flor—. Susana pintará una linda flor roja.
Susana buscó su lápiz rojo.
—¿Es éste rojo? —le preguntó a Roberto mostrándole uno de sus lápices.
—No, ése no es rojo; es rosado —contestó Roberto disgustado, porque no quería que su hermanita lo molestara.
—¿Es éste rojo? —preguntó Susana levantando otro lápiz.
—No, no, Susana, ése no es rojo. Ese es anaranjado.
¿Dónde está mi lápiz rojo? —Susana buscó entre sus lápices. Su lápiz rojo no estaba.
—Roberto, el lápiz rojo no está aquí. Déjame usar el tuyo.
—No, tú eres muy chica para usar mis lápices. Los puedes romper. No puedes usar mi lápiz rojo.
Y Roberto comenzó a juntar sus lápices y guardarlos.
—No los romperé —prometió Susana, pero Roberto guardó todos sus lápices en la caja.
Susana se puso a llorar. Luego extendió la mano y tomó la caja de lápices de Roberto. Al hacerlo, los lápices salieron de la caja y se esparcieron por el suelo.
—¡Mira lo que hiciste! —se quejó Roberto y empujó a Susana. Susana se cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza con la esquina de la biblioteca.
En eso la madre entró para ver qué era todo ese alboroto.
—Ella me quitó los lápices —explicó Roberto.
—Roberto es malo —sollozó Susana—. Roberto no me deja usar el lápiz rojo. Yo quiero hacer una flor linda como la de Roberto.
La mamá se sentó y puso a Susana en su regazo. Con el brazo rodeó a Roberto. Pronto los dos le contaron lo que habla ocurrido. Entonces la mamá palpó la cabeza de Susana. Tenía un chichón en el lugar donde se había golpeado contra la biblioteca cuando Roberto la había empujado.
—Perdóname, Susana —dijo Roberto—. Te mostraré cómo usar mi lápiz rojo.
Pronto Roberto y Susana jugaban muy felices de nuevo, pero durante todo el día Susana tuvo el chichón en la cabeza. Eso le recordaba a Roberto cuán rudo había sido.
Esa noche Roberto le pidió a Jesús que lo perdonara por haber sido rudo con su hermanita, pero a la mañana siguiente ésta todavía tenía el chichón en la cabeza.
—Mamá, le pedí a Jesús que me perdonara, pero Susana todavía tiene el chichón en la cabeza, que le duele —dijo muy triste.
—Ven aquí, Roberto y mira afuera. Quiero que veas algo —le dijo la madre, sonriendo, mientras corría las cortinas.
— ¡Oh! —Exclamó Roberto—. Anoche nevó.
—Sí, y ¿dónde está el suelo barroso que rodeaba la casa? Ayer estaba allí.
—Se ha ido —respondió Roberto.
—Está debajo de la nieve, completamente cubierto. Roberto, Jesús hace lo mismo con nuestros pecados. Ellos cubren completamente. Cuando le pedimos que los perdone, los cubre, y no los recuerda más.
Roberto se quedó pensando y luego miró a la mamá.
—Jesús cubrió mi mal proceder con Susana cuando le pedí que me perdonara, así como la nieve cubrió el patio cubierto de lodo. Ahora ya no podemos verlo.
—Es así, hijo. Tus pecados se vuelven blancos como la nieve cuando le pides a Jesús que te perdone. Es cierto, Roberto, que tu hermanita todavía tiene el chichón en la cabeza, pero Jesús ya perdonó tu mal proceder. ¿No te alegras de que Jesús sea tan bondadoso que perdone nuestros errores?
En ese momento Susana se acercó a Roberto y le dijo:
—Juega conmigo, Roberto —y tomándolo de la mano lo miró con una sonrisa.
Roberto miró a Susana y luego a su madre.
Por Lucifte Clemenson
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